jueves, 22 de enero de 2009

¿Cómo explicarlo? ¿Cómo hacerlo entender si nadie está al tanto ni siquiera de sus comienzos? La historia sería demasiado larga, los pormenores estarían desgastados, tienen fecha de vencimiento. Mi memoria me juega en contra, y este patético desorden de personalidad también.

Siento que las diferentes etapas de mi vida son imposibles de aglomerar, no se amoldan una con otra, son engranajes que no logran ni lograrán encontrar posibilidades de cierta continuidad. No hay lapsos. Cada una culmina de forma tan abrupta que al recordarlo se me eriza el bello de la nuca. Soy una suerte de dos o tres personas distintas en un mismo cuerpo. En ese punto, sean cuantas sean, comparten muchas cosas pero también tienen matices demasiado adyacentes. El problema consiste en que las tres se extinguirán de repente y darán lugar a otros nuevos yo que nada tienen en común con sus predecesores.

Puedo encontrar sólo algunas excepciones. Pero supongo que eso es lo que me hace humano, son funciones vitales (o casi), que no podría abandonar. Entre ellas, el conflicto de los pormenores que desaparecen como así. Lo disfruto por momentos, y por otros lo aborrezco. Me produce un placer indescriptible, que con nada puede ser comparado, y el hecho de que sean siempre cuatro paredes las únicas testigos lo condimenta con algo especial. Me lleva de un extremo al otro, no lo soporto. El trayecto me duele, aunque cada espacio definido me encanta. No sé, ni de lo que escribo estoy seguro. Nunca en mi vida tuve certeza sobre absolutamente nada, de lo que pasa dentro mío, lo que siento, lo que dejo de sentir, aquello por lo que mi cuerpo se desgarra a gritos… Ni siquiera estoy seguro de querer llegar, el horizonte parece demasiado lejano. Y aunque debo aspirar por él, acá no estoy cómodo, y para personas como yo eso es lo más convencional existente.

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